Bellezas descubiertas
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Bellezas descubiertas

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Como estamos en agosto, en pleno verano, me gustaría contarles sobre uno de mis recuerdos de esta estación. De niño, vivía en Estados Unidos, en una ciudad bastante lejos del mar. Por eso, cada vez que tenía la oportunidad de ir a la playa, estaba muy emocionado.

Cuando tenía diez años, mi tío me invitó a viajar a la playa con él, mi tía y mi prima, que era unos años mayor que yo. Lo pasamos la semana en grande y sobre todo me encantó hacer snorkel con mi tío. Nadamos todos los dios hacia una barra grande para buscar conchas, y acabé encontrando un montón. Mi tío me explicó que ese año habían llegado muchas tormentas y por eso había muchas más conchas de lo habitual.

Decidí crear una colección de las conchas y al final de la semana me las llevé conmigo. Era una colección bastante impresionante, con mucha variedad: conchas de todo tipo de forma y tamaño. Muchas tenían rayas y eran de varios colores. Incluso había encontrado una hermosa estrella de mar.

Al llegar a casa, mi tío me llevó a una tienda para comprar un cuadro grande y me explicó que íbamos a pegar todas las conchas en él. Pasamos toda la tarde en el proyecto y, después, firmamos nuestros nombres y la fecha en el lado opuesto. Recuerdo que yo estaba tan orgulloso que colgué el cuadro en mi habitación y lo dejé allí durante toda mi adolescencia.

Muchos años más tarde, después de que mi tío había muerto, estábamos hablando de nuestros recuerdos de él. Mi prima me dijo que mi tío había disfrutado mucho de los tiempos en la playa y me preguntó si recordaba lo de las conchas. Le respondí: — Claro que sí. Me encantaba buscarlas y encontrarlas. 

Mi prima se puso a reír y me dijo que quería decirme un secreto. No era por casualidad que yo hubiera encontrado tantas conchas en el fondo del mar aquel año. Lo que pasó era que mi tío había comprado las conchas en la tienda y las tiraba allí para que yo las encontrara.

Me quedé con la boca abierta al darme cuenta de que me había engañado, aunque parecía que lo había hecho por amor. Miré a mi prima y vi que seguía riéndose. Para ella, era bastante divertido, porque había conocido el juego desde el principio.

Por fin mi tía le dijo a mi prima que se callara. Le dijo: — Espera, hija, ¿de qué te ríes tanto? ¿Te acuerdas cuando fuimos a las montañas y encontraste esas puntas de flecha? ¿Desde dónde crees que vinieron?

Mi prima se puso roja. Su padre era un buen hombre.

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