El Ferrari Invisible
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El Ferrari Invisible

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Es lo más codiciado aunque nadie sabe lo que es. Es un Ferrari mientras personas que solo saben andar en bicicleta lo conduzcan. Lo chocan cada vez.

Te hace ser visto en la ceguera, escuchado en la sordera y apreciado en la distracción. Perdido y encontrado a la vez, aquellos que lo tienen lo menosprecian hasta que desvanezca. Y solamente entonces se puede percibir la presencia en la ausencia, la luz en la sombra, y la voz en la calma.  ¿Sabes que es? La empatía no tiene rostro ni deja huella ni anuncia su existencia. 

En efecto, es el pegamento invisible que subyace lo no dicho. Imperceptible en su potestad para los meros mortales, la empatía es la bolsa de aire en un auto desfrenado por el ego. Tarde o temprano se estrellan con la realidad; sin ella, las heridas duelen, queman, arden. No hay frenos ni navegación. Lo que siempre ha sido escrito por las revoluciones del motor social es tanto el camino como el destino.

  Sin embargo, a nadie le gusta su apariencia en el espejo retrovisor. El sol te quema con la veracidad de tus acciones. Sin un parasol, las quemaduras freirán la reputación, la inseguridad y la inestabilidad. El ego es y siemore será el conductor de la trayectoria. Dicho de otro modo, las carreteras no son el verdadero riesgo sino un conductor bajo la influencia de su propia embriaguez: la inmadurez emocional. 

Así, el conflicto no es la carretera ni el auto, sino los conductores que los guían. La empatía toma cada curva con cuidado y mantiene la vista en la meta; tú aceleras sin rumbo, ocultando errores y esquivando baches. Ella enfrenta los obstáculos con control; tú abandonas el volante, dejando el caos a los demás. La empatía cuida el camino; tú solo buscas luces y aplausos. Ni siquiera un Ferrari puede ganar una carrera torcida desde el inicio.

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