Ella se agachó en los matorrales. Respirando hondo, se pudo sentir los latidos de su corazón mientras miraba la calle.

Estaba salvo. Al menos, por ahora. El plan no había funcionado perfectamente pero aún así ella había cumplido con su tarea. La fábrica estaba en llamas y las guardias no habían sospechada nada hasta el último momento. Cristóbal estaría feliz.

Ahora ella necesitaba acudir al encuentro. Habían decidido que el equipo iría a un café en las afueras del pueblo. Aunque era obvio que el enemigo las vería, tenían suficiente confianza en sus disfraces que creían que era la mejor opción. No podían esconderse sin parar.

Caminaba por la calle a paso lento, guiada solamente por la luz tenue de las estrellas. De vez en cuando oía el sonido de un coche y se agachó hasta que pasó. Cuando llegó al café, todas las luces estaban encendidas y se podía ver la gente disfrutando sus bebidas. Era obvio que la noticia de la fábrica todavía no había llegado.

Entró y tomó un asiento en una mesa pequeña en el rincón cerca se la puerta de atrás. Esperaba que alguna otra miembro del equipo ya estuviera allí. Miró el reloj. Diez menos cuarto. Todavía era temprano.

Pidió una copa de vino tinto y se puso a esperar. Estudiaba la gente en el café. La mayoría era paisanos y era obvio que todos los conocían, pero también había un hombre que parece fuera de lugar. Vestido en un traje gris de corte moderno y con zapatos muy bien pulido, estaba sentado al bar leyendo el periódico. A veces, uno de los hombres le echaba un vistazo extraño pero parece que a él no le importaba.

Después de media hora, la puerta se abrió y entró una mujer baja. Tenía una melena corta de pelo castaño. Llevaba un vestido de azul marino y un collar de perlas. Se acercó a la mesa del rincón, se sentaba y sin decir nada, empezó a fumar.