El censo, de Emilio Carballido, es una obra de teatro que mezcla comedia con crítica social. A través del humor, retrata la tensión entre clases sociales y la desconfianza que existe hacia el gobierno.
La historia gira en torno a Herlinda y Dora, dos cuñadas de clase trabajadora que tienen un pequeño taller de costura, aunque lo manejan sin los papeles legales que exige el gobierno. Todo se complica cuando llega un empadronador joven, nervioso pero terco, con la misión de recoger datos del negocio como parte del censo. Lo que parece ser una visita rutinaria termina convirtiéndose en un caos, ya que las dueñas intentan engañarlo, sobornarlo o simplemente no darle la información por miedo a que las denuncien.
Uno de los personajes más llamativos es Concha, una costurera maltratada por las propietarias. Trabaja ahí y siempre dice la verdad, aunque eso signifique ponerse en contra de sus jefas. Ella aporta varios momentos cómicos gracias a su sinceridad y a los comentarios sarcásticos que hace mientras la tensión va creciendo. Poco a poco, también vamos entendiendo que el empadronador no la tiene nada fácil: es estudiante, anda corto de dinero y tiene que entregar veinte boletas por día si quiere conservar su trabajo. La resistencia que encuentra en los comercios lo tiene al borde del colapso.
El conflicto principal surge del choque entre la urgencia del empadronador por cumplir con su trabajo y el miedo de las dueñas de ser sancionadas. Ninguna de ellas entiende muy bien para qué sirve el censo, y están convencidas de que cualquier dato que den será usado en su contra. Al final, con unas copas de alcohol de por medio, la intervención de Paco —un personaje bastante carismático y un poco manipulador— y un poco de labia, logran que el empadronador rellene la boleta… aunque con datos inventados. En lugar de un momento trágico, la escena se convierte en un escape colectivo donde todos fingen un negocio ideal que en la vida real no existe, pero que al menos por un momento les da algo de ilusión.
Más allá de las risas, la obra muestra algo muy real: la distancia que hay entre el mundo burocrático y la vida cotidiana de la gente. El censo no pinta a los personajes como criminales, sino como personas que sobreviven como pueden. Incluso el mismo empadronador, que representa al Estado, también está atrapado en un sistema que exige mucho y da poco. Con humor y mucha agudeza, Carballido nos hace reír, pero también pensar en las desigualdades, los enredos y los malentendidos que ocurren cuando las instituciones no se comunican con la gente común.
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