La Promoción de 1965  - Correo de Shirley a Marilyn
Spanish

La Promoción de 1965 - Correo de Shirley a Marilyn

by

memories

13 de julio 2020

Hola Marilyn,

Tu pregunta sobre el racismo me hizo pensar mucho anoche. No me importa en absoluto reflexionar sobre ello. Por desgracia, es algo constante en nuestras vidas, junto con otros «ismos» como el clasismo, el edadismo, el sexismo e incluso la homofobia, con la que quizá te hayas encontrado.

El instituto fue una época difícil para muchos de nosotros y, como has dicho, hubo otros que pasaron por momentos de soledad. Como adolescentes, intentábamos descubrir quiénes éramos y negociar nuestro lugar dentro de los grupos, siendo aceptadas por unos y rechazadas por otros.

Nací en Virginia Occidental y viví allí hasta los ocho años. En aquel momento no sabía lo que mis padres y yo podíamos y no podíamos hacer se basaba en la raza: tener que sentarnos en los balcones de los cines, no poder sentarnos en restaurantes, tener oportunidades laborales limitadas, recibir atención médica y seguro médico deficientes, y sufrir segregación en escuelas, viviendas, vecindarios, hospitales, lugares de culto, parques infantiles e incluso cementerios. No sufrimos las otras políticas de Jim Crow tan extendidas en el sur profundo, como tener que viajar en la parte trasera del autobús, bajar de la acera cuando se acercaba un blanco, no sostenerle la mirada a un blanco, y beber agua de las fuentes para negros.

La primera vez que tomé conciencia de mi raza fue en segundo curso. Tras la decisión del Tribunal Supremo en el caso Brown contra la Junta de Educación, que declaró inconstitucionales las escuelas segregadas, mis padres decidieron matricularme a mi y a mis hermanos en White School (llamada así por un Sr. White), así que éramos los únicos niños afroamericanos allí. Fue entonces cuando empecé a sentirme muy sola y aislada. En el recreo, jugaba sola, dando patadas a piedrecitas, y en clase deseaba que me tragara la tierra cuando el profesor hablaba de los diferentes colores durante la clase de arte, porque los alumnos se daban vuelta en sus sillas y me señalaban y se reían cuando el profesor mencionaba los colores marrón o negro. Levanté un escudo invisible para protegerme de sus miradas y sus risas. Odiaba estar en esa escuela.

En 1956, nos mudamos a Connecticut y alquilamos una casa al Sr. May, un granjero afroamericano que tenía una casa colonial con muchos acres de tierra de cultivo. En Virginia Occidental, mi padre trabajaba como electricista en la empresa de electricidad de su padre, pero a mi abuelo le costaba conseguir suficiente trabajo para que mi padre pudiera ganar un sueldo decente. Así que nos fuimos al norte. Después de unos años de alquiler, mis padres compraron una casa en una zona rural. Solo había siete casas en la calle. Una noche, los vecinos se reunieron en la casa de al lado para decidir cómo iban a echarnos del vecindario, pero un vecino valiente los impidió.

Mi experiencia en la primaria fue buena en general, pero en quinto curso me enfrenté al racismo de lleno: siempre me elegían la última para formar parte de los equipos, junto con los "rechazados" (recuerdo que al menos me alegraba de que, de entre los "rechazados", no era la última elegida), me negaban la oportunidad de ser guardia porque yo era “de color", no podía ser la protagonista de una obra de teatro a causa de mi raza, además de otros desaires. Tuve la suerte de tener como profesor al Sr. Tracy, que me defendió. Le dijo a la clase que yo podía ser lo que quisiera. ¿Por qué siguen tan vivos estos recuerdos después de más de 60 años? Porque me mostraron cómo era el mundo real y que siempre tendría que demostrar mi valía para que nadie pensara que no estaba cualificada.

Hubo dos ocasiones en que el racismo me hizo enojar de veras. Cuando en 1992 mi hija asistía a la universidad, unos estudiantes escribieron "N****r, vete a tu casa" en la puerta de su cuarto. En ese momento, de haber tenido a esos estudiantes frente a mí, no sé lo que podría haberles hecho. En cambio, mi hija y yo utilizamos el incidente como una oportunidad para aprender. Más tarde supe que cuando mi hija estaba visitando la casa de una compañera blanca, después de cenar, la madre preguntó: "¿Quién va a ser el n****r esta noche?", refiriéndose a quién iba a fregar los platos. Mi hija se avergonzó demasiado como para contarme este incidente. Probablemente sabía que me habría enfurecido, así que se encargó ella misma del asunto.

Sé que me he extendido mucho. Creo que todo esto se reduce a que, sí, he sufrido el racismo y probablemente ha influido en quién soy hoy, pero no es algo en lo que piense a menudo. He llegado a aceptar quién soy — mi soledad, mi introversión y una actitud más extrovertida cuando debo adaptarme a situaciones particulares. Rezo por nuestro país para que tengamos más tolerancia hacia quienes no se nos parecen. Aunque no creo que el racismo nunca vaya a desaparecer, si al menos pudiéramos reconocerlo y hablar de ello, por difícil que sea, podríamos empezar a desarrollar empatía hacia los demás.

Shirley

2