“Hay más cosas”
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“Hay más cosas”

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La casa del tío para el protagonista le representa las emociones poco resueltas de su joventud y sus vínculos familiares. Se queda con el remordimiento por no haber sido más bueno que el fallecido. En actualidad, es una historia del infinito de las emociones, lo cual se asemeja el infinito del universo de Burges. Sin duda, si el sobrino no hubiera tenido la aferrada por su figura paternal, no habría hecho los esfuerzos semejantes a un Dio para descubrir la verdad de la casa. Por lo tanto, sus pasos para vislumbrar el destino de la casa nos invita por la ventana de su propia alma. Sorprendentemente, descubrimos una estructura privada de los muebles que una vez adornaba sus pisos, dejándola desnuda para nuestros ojos, un espectáculo tanto para la vista como la consciencia. A pesar de haber escuchado la advertencia, “No comas la fruta prohibida”, lo hacemos junto al protagonista simplemente porque hacer lo malo nos hace sentir bien. Sin embargo, la casa es un símbolo de las emociones que nos atrapan en su laberinto, tan infinito como el tiempo y el espacio. Por ejemplo, el pasillo infinito es un camino hacía el destino inevitable del sobrino; deambulamos con él como si fuéramos unos sonámbulos atrapados en nuestra versión del infierno. Burges nos manipula con las sombras que nos acechan desde cada rincón, empujando tanto nuestros temores como nuestros corazones.  Quizás exista una ruta de escape. La escena grotesca de su imaginación es lo peor que puede imaginar del forastero, el dueño de la casa, semejante a la oscuridad de un corazón desgarrador por la pérdida de su ser querida. Su odio contra lo desconocido por desfigurar los recuerdos de una vida amaba es, en actualidad, su odio contra él mismo por no haber cuidado lo que tenía un puesto irreplaceable. Por último, la casa es una mera metáfora por el miedo que nos encuentra cuando perdemos lo que anhelamos, el cálido abrazo de la nostalgia.

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