Hace algunas semanas me fui de mochilera. Fue una experiencia interesante porque nunca había hecho caminatas largas en invierno. Para este viaje, tuvimos que elegir entre cargar mochilas grandes y remolcar trineos atados a cada uno de nosotros. Para llegar a la cabaña en la que nos íbamos a quedar, tuvimos que esquiar o ir con raquetas de nieve unos 20 kilómetros. Al principio, la idea de hacer una caminata con esquís nos pareció romántica, algo así como “qué bonito”. Pero lo que no tuvimos en cuenta fue que caminar en la nieve con este equipo es mucho más difícil que con botas en una estación más agradable. Además, ya que los días son muy cortos, sabíamos que si nos encontrábamos con algún problema que nos ralentizaran, acabaríamos caminando a oscuras.
El primer problema que encontramos fue que el carro de mi amigo se averió. Cuando por fin llegamos al comienzo del sendero, sólo nos quedaban 3 horas de luz diurna. El segundo problema fue que, después de algunos kilómetros, el sendero se volvió tan accidentado que nos obligó a quitarnos los esquís. Pero tanto los esquís como las botas de esquí son muy pesados y yo tengo la espalda ya muy mal. Después de algunos kilómetros más cargando la mochila con los esquís y las botas adjuntados a ella, el dolor de espalda se me volvió insoportable. Claramente yo era el eslabón débil, y eso nos ralentizó muchísimo. Una vez que se puso el sol, la falta de luz nos dificultaba ver el sendero y en un momento nos perdimos, teniendo que volver sobre nuestros pasos varias veces. (¡Pero vimos a un castor por el camino en la oscuridad durante este proceso, un lado positivo genial!)
De todos modos, al llegar finalmente a la cabaña nos sentimos muy aliviados. La cabaña tenía una estufa de leña, camas básicas y estaba a orillas de un lago. Podíamos cortar la leña cerca y romper el hielo del lago con un hacha para conseguir agua. Al día siguiente, nos relajamos junto al lago, tomando el sol y leyendo. Al final del día, teníamos que filtrar agua del lago, pero la temperatura había bajado precipitadamente. El frío extremo hizo que nuestros filtros se congelaran, así que decidimos salir del bosque con el agua que ya teníamos. Era suficiente, pero íbamos muy justos.
La lección: cuando se va de mochilero, lo inesperado puede suceder. Cuando se va de mochilero en invierno, lo inesperado va a suceder y seguirá sucediendo.
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