Tengo mente de ingeniera.

Entiendo las cosas en el contexto de sistemas. Prefiero poder visualizar un proceso en su totalidad, desde su principio hasta su fin. Si no veo claramente el final, pues tendré dificultades en saber por dónde empezar.

Pero muchas experiencias de la vida no se desarrollan así. La mayoría de veces nos encontramos obligados a empezar con procesos sin saber cómo rayos se verán al final. Aun con las mejores maneras disponibles de probar los factores de una situación, a veces simplemente no podemos predecir qué resultará de ellas.

Y eso está bien.

Les presento a mi palabra del 2025, “superficie”. Es un recordatorio que no debo meterme demasiado en honduras y así quedar atrapada en un ciclo de indecisiones. No siempre tendré la oportunidad de profundizar en todos los aspectos que llevan a una decisión, pero la probabilidad de éxito aumenta si tengo una idea general de aquellos aspectos. No se ve la cima de una montaña al comenzar el ascenso.

Una de mis metas este año es conocer mejor la Biblia. Hay una gran cantidad de pasajes en ella que todavía no he leído. Por mucho tiempo he pensado que entender sólo algunos pedacitos de una historia se iguala a no entenderla y tampoco haberla leído en primer lugar. Pero al pensarlo más, recuerdo que me crié oyendo y escuchando historias que ya me sé de memoria, pero no las entendía al nivel en que hoy en día las entiendo. Y esa exposición temprana no fue en vano. Me familiarizó con las historias para que luego pudiera entenderlas mejor. Además, es imposible malinterpretar un pasaje que no he leído.

¿A veces les sirve resumir un desarrollo, en vez de profundizar en los detalles?