Yo tenía casi seis años cuando mis padres nos regalaron a mis dos hermanos, tres hermanas y yo un pollito para la Pascua. No era raro ver a los pollos pavoneándose por los patios sin hierba de nuestro barrio, u oír los gallos cantar para despertar a la gente.
Nuestro pollito no medía más de cinco pulgadas de largo y tres pulgadas de alto, con su rechoncho cuerpo amarillo apoyado sobre dos patas flacas. El pollo creció rápidamente hasta que cuando llegó el verano, ya no era un pollito, sino un pollo adulto que dormía en el porche, o cuando la puerta de casa estaba abierta, paseaba por la casa, descansando bajo la mesa del comedor.
A finales del otoño, mamá nos dijo que teníamos que matar al pollo para poder comerlo. Mi hermana mayor había visto anteriormente a un vecino retorcerle el cuello a un pollo: los dedos rodeaban el cuello mientras el antebrazo hacía rápidos círculos, y el brazo superior permanecía cerca del cuerpo sin moverse. El objetivo era matarlo rápidamente. Ella pensó que podría hacer lo mismo que había hecho el vecino y se puso a perseguir al pollo, lo agarró por el cuello y lo llevó en sus brazos. El pollo luchó sin éxito para escapar, batiendo sus alas con fuerza, sus cloqueos sonando frenéticos cuanto más lo llevaba. Ella empezó a mover al pollo en círculos, pero lo hizo mal, ya que movía su brazo en un círculo demasiado amplio. Cuando mi hermana, ahora cansada, lo bajó al suelo, el pollo trató de escapar.
Nuestro vecino, al ver que ella no había tenido éxito, se ofreció a ayudarla a matar al pollo. Lo agarró por las patas y lo llevó a una piedra situada en el borde de la colina. Lo puso sobre la piedra y, con un hacha, le cortó la cabeza. El pollo se levantó de repente, rezumando sangre, y comenzó a correr en círculos hasta que murió.
No recuerdo quién lo desplumó o lo destripó. Lo que más recuerdo es nuestra mascota sobre la mesa en un plato rodeada de papas, cebollas, zanahorias y ajos. Lo miré fijamente, sintiéndome triste y con el estómago revuelto. Cuando mi madre empezó a servirme una loncha de pollo asado, la rechacé e inmediatamente empecé a vomitar.
Pequeñas correcciones de estilo ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
Cuando yo tenía casi seis años, mis padres nos regalaron a mis hermanos y a mí un pollito en la fiesta de Pascua. Era frecuente ver a los pollos pavoneándose por los patios de nuestro barrio y oír a los gallos cantar al amanecer y despertar a la gente. [Reduzco la descripción de tus hermanos, no identifico la característica de tu patio porque es intrascendente y añado una característica de los gallos que es el de despertar a las personas al amanecer. Evidentemente, todo es muy subjetivo]
Nuestro pollito era pequeño, no medía más de cinco pulgadas de largo y tres pulgadas de alto. [¡Ojo con las medidas!, muchísimas personas no entienden lo que son pulgadas]. Tenía un cuerpo rechoncho de color amarillo y se apoyaba en dos patitas flacas/patas flaquitas. Pero el pollo creció rápidamente y al llegar el verano, era frecuente verlo dormir en el porche o bajo la mesa del comedor. Si la puerta estaba abierta, paseaba por la casa sin ningún miramiento. [He intentado evitar la redundacia de repetir "pollo" muchas veces]
A finales del otoño, mamá nos dijo que teníamos que matar al pollo para poder comerlo.
Mi hermana mayor, que era la más atrevida, había visto con anterioridad cómo un vecino mataba a un pollo retorciéndole el cuello. Según ella, lo hizo así: mientras los dedos le rodeaban el cuello, el antebrazo giraba brúscamente, manteniendo la parte superior del brazo inmóvil. Era una forma básica y rápida de romperle el cuello. Ella pensó que podría hacer lo mismo que había hecho el vecino y con ese propósito, se puso a perseguir al pollo, lo agarró del cuello y lo sujetó con sus brazos. El pollo luchó sin éxito para escapar, batiendo sus alas con fuerza y dando unos chillidos agudos que fueron frenéticos cuanto más lo sujetaba.
Ella empezó a retorcerle el cuello, pero lo hizo mal. Cuando mi hermana, ahora cansada, lo bajó al suelo, el pollo se escapó.
Nuestro vecino, al ver que mi hermana no conseguía su propósito, se ofreció para ayudarla y matarlo. Lo agarró por las patas, lo llevó a una piedra cercana, le puso la cabeza sobre ella y, con un hacha, se la cortó. El pollo se levantó de repente, la sangre le brotó a raudales y comenzó a correr en círculos hasta que murió.
No recuerdo quién lo desplumó o lo destripó pero lo que sí tengo en la memoria es que nuestra mascota estaba sobre la mesa, en un plato, y rodeada de patatas, cebollas, zanahorias y ajos.
Lo miré fijamente, sintiéndome triste y con el estómago revuelto.
Cuando mi madre empezó a servirme un pedazo de pollo asado, la rechacé e inmediatamente empecé a vomitar.
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