El cuervo y su amiga
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El cuervo y su amiga

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Desde el momento en que salí de mi huevo, mi vida ha sido más difícil que la del cuervo común. Tengo la pierna y el ala derecha malformada, lo cual me hace cojo y casi incapaz de volar. Aunque jamás me he sentido despreciado por mi parvada familiar, mi condición me daba mucha pena, pues siempre me ha costado mucho jugar con mis hermanos o volar como los demás.

Vivimos en un parque grandísimo lleno de árboles y flores. Hay muchos seres humanos que frecuentan el parque para divertirse y relajarse, e incluso hay algunos que nos dan de comer. Parece que a los humanos les gustan más los pájaros de plumaje multicolor. A muchos no les interesan los cuervos, y mucho menos un cuervo cojo con un ala demasiado pequeña.

Un día, apareció una humana—una niña—que me pareció diferente. De hecho, me recordó a mí mismo. Me acerqué a ella por curiosidad. No sé mucho de los humanos, pero me pareció débil y pálida, y aunque era joven, caminaba con un bastón. No me di cuenta de lo cerca que estaba de ella, hasta que me vio y sonrió.

Se rió también, pero no para despreciarme. Se agachó y extendió la mano hacia mi pico. Pensé en acercarme aún más, pero estuve demasiado huraño. Nunca antes había estado tan cerca de un ser humano.

Un momento fugaz pasó. Los padres de la niñita la llamaron, y tuvo que volver con su familia. No paró de mirar para atrás hacia el cuervo que se convertiría en su mejor amigo.

La niña regresó al día siguiente, y esa vez me ofreció algunos trocitos de comida. Al principio todavía estaba demasiado huraño, pero la niña volvió al parque cada día, y yo me iba acostumbrando a su presencia. ¡Qué pequeña humana tan paciente! Finalmente, reuní el coraje para poder picotear ligeramente algunas migas de la palma de su mano.

Todavía recuerdo qué de alegre se volvió la niñita en ese instante. Después, la esperaba con ánimo cada día y nunca más tuve miedo de ella. No me importaba si no me traía ni comida, ni migas. Estaba contento con sólo pasar tiempo con ella.

Un día, noté que de repente la niña llevaba un tubo que le salía de la nariz. Parecía muy cansada, y tal vez un poco triste. La miré con curiosidad y escuché su frágil respiración. ¿Estaba enferma? Pasé aquella noche en vela, preocupándome por la pobre niña.

Regresó algunas veces más, pero lentamente se volvió cada vez más débil. Sus ojos ya no tenían el mismo brillo de antes.

La última vez que vino a visitarme, estaba más débil que nunca. Miré a sus padres, empujando su silla de ruedas. Entendí cómo de grave debía ser su enfermedad. Aquella última vez, simplemente me posé en su hombro y apoyé mi cabeza contra la suya, guardando su memoria en mi mente para siempre.

Nunca regresó. Sus padres aún me visitan de vez en cuando, y me lanzan algunas migas desde lejos. Creo que entienden que aún recuerdo a su hija, quien me enseñó una lección tan valiosa:

No hace falta ser perfecto para llenar la vida de alguien más con alegría.

Headline image by pete_nuij on Unsplash

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