Hoy tengo el ánimo un poco por el piso. Me he postulado este año a una formación de interpretación de conferencia, un trabajo en que pienso desde mi niñez. Ya sabia que hubiera debido preparar más de lo que hice, pero con un nuevo trabajo y las complicaciones de la vida actual no tuve el tiempo necessario ni la motivación para abordar las cosas con diligencia. Pues hoy tuve el examen final, el examen oral, y fue mas o menos un catastrofe.

La gente habla mucho de aceptar el fracaso con gracia y eso es lo que estoy tratando de hacer. No sé por donde lo oí la primera vez, pero conozco la dicha que el carácter no se define por una ausencia de fracasos, sino de cómo se lidia con ellos. Sin embargo, decirlo es una cosa y hacerlo es otra. Es un equilibrio entre aceptar la realidad, aceptar el papel que yo tengo y limitar el daño que eso haría a mi autoestima. Hubiera podido prepararme más, pero no ayuda volverme obsesionado con todo lo que no hice o lo que hubiera podido hacer. Solo tengo la oportunidad de aprender de esta experiencia y estar más preparado en el futuro para cosas parecidas.

Este fracaso es particularmente interesante para mí. Una cosa muy importante a mi concepción de mi mismo son las lenguas. Ya son la base de mi trabajo actual, de la maniera en que me presenta al mundo, de la maniera en que me defino a mí mismo. Y lo que duele de este revés es el hecho de estar todavía tan lejos de la competencia adecuada en aquellos idiomas con cuales quiero criar una carrera. En el mismo tiempo, entiendo que esta reacción viene del perfeccionismo, lo que no es útil para mejorarse.

Quizás no debemos tratar de mejorarse con cada fracaso. Puede ser que aceptar un fracaso no nos muestra un camino para ser mejor la próxima vez, sino sólo la oportunidad para sentarnos y decir que lo que somos ya es suficiente. La vida no es una ruta recta que sigue adelante y no debería ser. Son las vueltas y desvíos que le dan su textura.