A ella le gustaba ir al antro. La música fuerte, el ambiente, la energía de la gente, el sudor, hasta el humo del narguile...a ella le gustaba todo. Pero desde el principio de esta pandemia, ha tenido que dejarlo atrás. Ante la tragedia que estaban pasando los demás, echar de menos la vida de noche fue una tontería. Ella lo supo, pero no hizo más fácil soportar la situación. A sus veinte y ocho años, le quedaba sólo 2 años (como máximo) de fiestas. Más allá de eso y sería considerado como un problema. Sería la abuelita en medio de chicas de 18 años. Quizás eso fuera una exageración. Quizás el tiempo ya se le acabara. Pero cuando bailaba en el antro cada fin de semana…ella no sabía cómo explicar la sensación. Fue algo único. Sólo al antro que ella podía olvidar todos sus problemas y sentirse realmente viva. El antro fue un lugar de adoración y los movimientos de su cuerpo, el rezo. Una religión perfecta.
Ahora, quedándose sola en casa con sus pensamientos, ella se sintió abrumado. El silencio fue demasiado. Para empeorar las cosas, sólo ha llevado dos semanas de este toque de queda. No sabía cómo iba a soportarlo más. Encendió su ordenador con tal de buscar una serie que ver en Netflix. Algo que podía distraerla…De repente, su celular sonó. Fue su tía.
“Hola tía! ¿Cómo estás? ¡Espero que tú y tu familia estén bien!”
“Hola! Sí, sí, todo bien. ¿Y tú? Sé lo difícil que es encontrar novio en una pandemia, pero es importante que no te rindes dado que ya tienes 30 años…”
“Tengo 28, tía. 28.”
“Tres cuartos de lo mismo, ¿no?”
“No. No lo es.”, ella respondió riéndose y agarrando el celular un poco más apretado.