Tuve suerte que justo antes este tiempo de coronavirus, tuve la oportunidad de ir a Barcelona por cinco meses (el primer semestre del año 2019-2020), para estudiar ingeniería biomédica. Así que, menos que un año, estuve en Barcelona. Esta comprensión me tocó, entonces sentí el deseo de escribir sobre este tiempo maravilloso.

Tuve un piso con siete otras personas, como yo, en sus veintes. El piso tiene una pequeña pero preciosa terraza exterior, a donde podíamos sentarnos y relajarnos cada día. La usábamos mucho para invitar otra gente. Además, fue muy tentador de ir a la playa, que era accesible solo por caminar veinte minutos. Y eso es exacto que hicimos al primer día que llegué, con unas cervezas de Estrella de la gasolinera cercana. Por mis compañeros de mi piso, conocía a muchísima gente de muchas fiestas en las primeras semanas, mientras llegaba a conocer esta ciudad de maravilla.

Pero lo más que echo de menos son mis compañeros de mi clase en la Universidad de Barcelona, los catalanes auténticos. No sé como describirlos, pero me recibieron mejor de lo que podía haber pensado. Yo era uno de los cinco estudiantes de Erasmus, dos otros holandeses, y dos portugueses. Desde el primer día, nuestros compañeros de clase nos invitaron de tomar una cerveza y ir al boliche que estaba a poca distancia. Además, el sistema de universidad no fue muy estructurado, había muchas ambigüedades, pero siempre tuve a mis compañeros para aclarar cosas. En general, me ayudaron mucho para sentirme como en casa, y estoy muy agredecido por eso.

Bueno, ya está por ahora, ya me cuesta mucho tiempo y esfuerza de escribir este texto. Aun me queda mucho de contar. Quizá la próxima vez ecribiré sobre algunas cosas culturales que me sorprendieron, o lo que he aprendido en general, por viviendo en otro país.