La justicia poética
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La justicia poética

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La venganza es un plato que se come frío, aderezado con mis lágrimas. El postre sería la justicia poética: el agridulce sabor de remordimiento es lo que venga después. Sin querer, sin saber, sin admitir, he llegado al fin de un festín de emociones.

Hace un año y media, fui echado por mi círculo de amigos sin motivo. Desde la noche hasta la mañana, me transformé desde un miembro fiel hasta la otra. Era la foránea. Me decían “Tonta, traviesa, ridícula”. Me dejó con una herida que nunca se ha curado. Confiar con alguien y ser traicionado es tanto una traición de ellos como de tu mismo. Y peor, ¿quien tendrá la culpa?

La respuesta se encuentra en la pregunta: Culpa. Es una palabra que todos se reconocen sin saber, sin querer, sin admitir. Si fuese posible, sería la culpa de nadie. Por supuesto, todos tendrán su razón. Sin embargo, el ego existe para retar nuestro concepto de nosotros mismos. Si admitiera un fallo, sería una mala persona: defectuosa, fracasada, rechazada.  Por lo tanto, nadie puede aceptar la responsabilidad. Y por nuestro orgullo, no podemos arreglar los malentendidos que se transforman en montañas rusas de emociones. 

No obstante, los altibajos existen para enseñarnos nuestros propios puntos débiles. Sentir es sentirnos débiles. Disimilarnos es ocultar quiénes somos. Donde empieza la verdad y termina la mentira? Al fin y al cabo, el plato principal es aprender de nuestras experiencias para que no las repitamos. 

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