¿Si no subiera una foto a las redes, pasaría de verdad? Sin “me gustas” y comentarios, sentimos ignorados, imponentes y olvidados. Asimismo, mientras Don Quixote de la Mancha es de otra época , sus necesidades para el reconocimiento refleja una necesidad humana. El reconocimiento es la sangre que nos mantiene viva, con corazones que pulsan por y para ello.
El protagonista tenía una expectativa por un acogido marcado por trompetas digna de un caballero verdadero. Sin embargo, en el segundo capítulo del libro, empezamos a indagar en la necesidad por atención que resalta su empeño. Es como si faltara el oxígeno que le daba el aplauso, su ego pequeño mientras sea ignorado y un gigante cuando reciba lo que él quiera. Los menesteres de un caballero y su rocín les aparecen de una fatuidad desconocida para los inquilinos del bodegón. El pan es el sostén para un alma desvelada para su propia locura; el hidalgo recibe lo que es quemado, negro, desabrido. Ni siquiera el caballero puede ingerir sus propias mentiras, relegado a comer un bacalao que asemeja al pecado de la mentira.
Paradójicamente, Don Quixote vive dentro de su propio mundo y carece de reflexión de su necesidad por reconocimiento. La ceguera, cuya representación con la celada del yelmo puesto nos imbuye las limitaciones que se enfrenta por sus pareceres, ha vuelto una parte de él. Su presencia reclama, exige, y grita en el silencio de ser ignorado. Su caballo Rocinante es su ego en forma externa, humilde en forma con una exigencia que no concuerde con su origen.
Lo que nos parece superfluo e innecesario de Don Quixote es, en actualidad, poco diferente con el egoísmo de nosotros mismos. Nuestro pan se califica en la cantidad de vistas, videos compartidos y memes hechos de nuestra vida cotidiana. Somos tal para cual. Juzgarle al caballero significa enfrentarnos con la hipocresía que albergamos dentro de nosotros mismos.