Las flores revelan su verdad. Cada pétalo, un peldaño en nuestro ascenso

Al reino celestial, cuyas puertas cubiertas de enredaderas,

Nos retienen, invitándonos a contemplar la vista.

Su fuerte abrazo nos envuelve, como un compañero eterno, vistiéndonos de luz.

Un beso acariciado por el sol nos ciega, dejándonos sin aliento.

La lluvia, cuyos ojos se desbordan en llanto,

Nos ofrece la despedida de un guerrero que marcha hacia un destino efímero,

Desgastado por la crueldad de la batalla. 

No teman. ¡No estamos derrotados!

El agridulce sabor que nos embarga,

Contagiosa, como la empalagosa miel, 

Dulce y densa, como el lazo que entrelaza el alma en su lucha eterna.

Al atardecer, las sombras nos traicionan,

Fieles a su lealtad al porvenir.

Las flores que nos adornan, 

Como medallas que guardan el sudor de un trabajo incansable,

Sembradas en una tierra que respira los ecos de nuestros antepasados.

Hemos ganado la libertad para crecer hacia nuevas alturas, con el cielo como fiel testigo.