El laberinto
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El laberinto

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El papel es envejecido con su tinta reciente, una paradoja envuelta en una capa de mi propia alma. Con las manos temblando,abro la carta como un cobarde que marcha por la tabla de un barco. El mensaje me devuelve la mirada con fervor, como si tuviera ojos propios. Dentro del envoltorio, resplandeciente por sus palabras doradas, el presagio me asusta por su simplicidad, en un mundo que se hunde en la profundidad de nuestras máscaras.

“El laberinto no está afuera, sino en cada decisión que postergás.” Bajo la advertencia, veo mi propio nombre escrito por la mano que me traicionó con su aprieto clandestino. Un sonámbulo atrapado en un ensueño, el mensaje me despierta los estragos de una batalla aún no librada. El eco de una voz que parece la de un prójimo retumba en mi oído, como si fueran los susurros de una verdad demasiado peligrosa de predicar. Como tres dagas apuntadas directamente en un corazón desgarrador por la traición de una versión de mí misma que apenas conozco, la derrota no se encuentra en el exterior.

Vislumbrar las tinieblas de una verdad incómoda, desenmascarar al lobo con piel de cordero que se oculta como un veneno insípido, e impedir el amotinamiento no se logran de la noche a la mañana. ¡La verdad me quiebra! El faro me obsequia la clave de salir del laberinto, una luz dentro de mí misma que jamás hubiera reconocido. Por último, el cobarde que se encuentra al borde del precipicio, sobre la superficie de un mar hecho de sus propios remordimientos y ahogándose bajo el peso del ancla que lo arrastra al abismo de lo posible, es lo más valioso.

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