La protagonista, arrellanada en su sillón favorito, se pone a leer los últimos capítulos de un libro que es mucho más de lo que muestra al primer vistazo. Traspasando la línea delgada entre la realidad y lo mágico, cada vez que se sumerge en sus páginas doradas, descubre un mensaje nuevo. Desde una noche hasta la mañana, se transforma de una lectura de la metafísica hasta la desgarradora traición del amor a primera vista.

Una biblioteca entera dentro los límites de 400 páginas, se empalaga con la dulzura de la fruta prohibida. ¡Nunca algo tan equivocado se sintió tan bien! Sin embargo, la agridulce realización de la futilidad del empeño de conquistar el conocimiento le deja con un vacío que no se llena con la prosa; más bien, en la área gris entre este mundo y lo efímero, ha descubierto la versión de sí misma del futuro. Como si fuera el reflejo de un espejo, la verdad incomoda le persigue como si fuera un compañero eterno. Se teme que haya un reflejo que le mira desnuda, vestida con la vanidad y los celos que disimula para encajar en una sociedad que jamás le aceptará.

Al fin y al cabo, nuestra percepción de la realidad es una quimera, lo único constante en un mundo que no deja de transformarse. Como la luz que juega con los ángulos de un espejo, la memoria es fugaz, tergiversando las palabras de un libro que nunca se lee igual desde un día al otro. De la misma manera que un espejo nos miente, pero solamente desde un lado, la percepción de la realidad es concreta solamente por un momento congelado en el tiempo. Pasa la página con cuidado: ¡lo que sigue nunca es igual!