En el cortometraje, “Viento”, dirigido por el estadounidense Edwin Chang, somos testigos de los sacrificios que endurecen los vínculos familiares. Lo que al principio nos parece un planeta del futuro es, en realidad, algo mucho más: en la oscuridad se refleja las tinieblas de las adversidades que los inmigrantes triunfan para que aseguren un futuro mejor. A través de su descendencia, una extensión familiar de ellos mismos, logran lo que no pueden hacer por las cuerdas que les ataban a sus circunstancias.
Empezamos nuestro camino junto con los protagonistas y el nieto está en las nubes con su dibujo a escapar su exilio en el espacio. La comida de su abuela es su amor, empaquetado en una caja que puede llevarse como un compañero eternal. La búsqueda por los partes de un cohete para escapar el terreno hostil, desolado y árido es el mismo anhelo que los inmigrantes se aferran cuando son forasteros en una tierra desconocida. Cada empeño es un paso adelante no solamente por ellos sino por toda la familia. La agridulce realización que solamente él puede realizar el viaje solo es desgarrador; el nieto propone una cuerda para resolver el dilema ética que se enfrenta: salvar si mismo o arriesgar su propia redención para honorar los vínculos familiares.
Por último, el triunfo del niño por haber logrado un aterrizaje en la metafórica jardín de Eden es ensombrecido por el vacío que se siente sin su cuidadora. Como si fuera un náufrago en una isla, el aprieto de su aislamiento le impulsa a aferrarse a la única línea de vida que él conocía- la conexión a su abuela. Sin embargo, con la sabiduría que los otorga los sacrificios de ser inmigrante, ella hace la acción la más honesta de la trama. A través de sus acciones, nos muestra si realmente amás a alguien, tenés que dejarlo ir para encontrar su propio destino.