#5
Cuando mi esposo y yo empezamos a salir, le dije que nunca quisiera que me llevara flores. No entendí la obsesión con algo tan inútil. Al fin y el cabo, los flores no hacen nada. Solo se quedan en su florero hasta que se mueran.
Siempre me había enfocado en lo práctico. Cada cosa tenía que servir para algo; tenía que tener una función observable y tangible.
No fue sino hasta mi encunetro con depresión temporal que empecé a soltar esta filosofía. Durante un invierno largo y gris, encontré por casualidad una flor amarillo. Era como si hubiera estado vagando sin rumbo en un cuarto oscuro y de repente me topé con un rayo de luz brillante. Fui a la tienda y compré un arreglo llamativo de flores, y aunque llovía sin pesar afuera, los flores me dieron un atisbo del verano alegre.
Hoy en día, siempre tengo una casa llena de flores. He aprendido que las cosas cotidianas no tienen que servir para ningún fin, siempre y cuando me hagan sonreír.
#6
Los postres estadounidenses siempre me han parecido empalagosos. El único sabor que tienen es dulzor, sin algo para equilibrarlo. No puedo comer la mayoría de pasteles que se hacen aquí, sin que me duelan los dientes por el azúcar.
Prefiero mucho un postre que tiene una mezcla de sabores diferentes; dulce, pero tambíen ácido, o salado, o picante. Especialmente picante!
Normalmente no se puede encontrar postres así para comprar, así que debo hacerlos por mi cuenta. Mi especia favorita es cayena - me encanta poner la cayena en los rollos de canela para profundizar el sabor y hacer que sea un poco más picante. Quizás tenga un paladar raro, pero creo que son deliciosos.