Hacer lo mismo con la expectativa por los resultados diferentes es la definición de la locura. Sin embargo, somos zánganos marchándonos al ritmo del mismo tambor. Desafiar el estatus quo nos transformamos a forasteros en nuestro propio entorno.
No soy la misma persona que era cuando empecé mis estudios. Con la sabidurÃa impregnada con el sudor de horas de sacrificios, me he convertido a mi propia guÃa. El reflejo en el espejo me vislumbra la incertidumbre aunque sea ciega a los desafÃos que me esperan. Como las cenizas de una hoguera, mi entusiasmo por los estudios calca los altibajos de mi aprendizaje. No obstante, mi propia ceguera es una muralla a mi crecimiento, reflejándome que ni siquiera la constancia es una garantiza para el éxito. Más bien, soy una alumna eterna condenada a una condena perpetua a la meta efÃmera de alcanzar la perfección.
Por otro lado, la versión de mi misma hace un año me obsequió con un agüero: la motivación no serÃa suficiente para llegar al fin del aprendizaje. Como si fuera una deportista entrenando para una carrera, las prácticas diarias me aportan las habilidades que carezco. La carrera es una rueda de hámster sin fin, atrapándome en un laberinto de las minucias que ocultan el verdadero destino. El eco de mi propia voz es una sombra que no puedo escapar, los errores me dejan con las manos manchadas por no triunfar sobre las fantasmas de los dÃas pasados.
En un abrir y cerrar de ojos, el tiempo es un ladrón que me priva de los recuerdos agridulces de ser novata. Mejor dicho, como un oruga que se ha transformado a una mariposa, volaré sobre las nubes de la ingenuidad. La hazaña de perseverar frente a los temores irracionales me proporciona la clave para abrir cualquier cerradura que encuentre en mi camino.