Hoy me gustaría escribir un pequeño texto sobre las emociones y pensamientos que suelo tener visitando lugares dónde viví en el pasado. Nací y crecí en Hamburgo, una cuidad en el norte de Alemania pero me mudé a los Países Bajos hace seis años. Cuando visito a mi familia cada año en verano me siento un poquito rara visitando una ciudad que pensé que conocía bastante bien- pero desde la perspectiva de una cría de diecisiete años. Las lugares que yo conozco son parques donde estaba con mis amigos después de clase durante la semana laboral y cafés cerca de la casa de mis padres. Pero mis padres viven en las afueras de la ciudad así que yo no conozco ni un bar, ni un café majo del centro de Hamburgo. Tampoco conozco ningún club adónde podía ir teniendo 24 y no 17 años... Así que me siento como una turista en el lugar dónde crecí y mis amigos con los que crecí tienen que enseñarme todos los sítios majos. Además de sentirme como turista, también siento muchas emociones fuertes cuando visito Hamburgo. Por un lado la nostalgia de ir al colegio en bici con mi amiga y caminar por el bosque cerca de la casa de mis padres- por otro lado las emociones negativos que recuerdo de mi adolescencia. Cuando tuve peleas gigantes con mi mamá porque me rebelé contra lo que dijeron mis padres o cuando tuve relaciones poco sanas con personas que ya, fortunadamente, no forman parte de mi vida. Me doy cuenta de que me sentí sola y enjaulada durante unos años en mi adolescencia- algo que normalmente olvido en mi día a día viviendo en otro país.
Sin embargo, cuando vuelvo después de la visita a Hamburgo, siempre me siento más tranquila y agradecida de que pude mudarme y pude empezar otra vida. Una vida en la que me siento vista por mis amigos y mi novio, dónde no tengo que pelear diariamente con personas cercanas y donde existe un hogar, unas cuatro paredes en las que me siento en paz y protegida.