Todavía Estanbul era para mí una ciudad ligada con algún tipo de nostalgia y romanticismo. Quizá a causa de las historias que nos dijeron sobre Constantinopla cuando estábamos nínos, o a causa de mis mismas memorias de viajar en la Ciudad. Recientemente, empecé a leer la novela muy interesante y innovadora de Elif Shafak: Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo. La historia de Leila Tequila, la protagonista de la novela, reforzó aún más esos sentimientos dentro de mí.
Leila está muerta, y esto no es un spoiler pero la premisa de la novela. Abandonada en los callos de Estanbul, la pobre mujer ya muerta, puede recordar por la última vez los momentos más impactantes de su vida. Memorias de su infancia en las profundidades de Turquía, sabores y aromas, partes de su vida en los burdeles de Estanbul, rostros de amigos que la marcaron para siempre. Siguiendo a Leila en este viaje a través del Cuerno de Oro, el estuario histórico en la entrada del Bósforo, tengo recuerdos del hechizante distrito de Gálata con sus calles mojadas durante el día y sus cielos claros y estrellados por la noche. En el trascurso de la novela, la protagonista cambia y madura, y creo que yo también cambio con ella.
Algunas veces necesitas una mentira para decir la verdad. La historia de Leila Tequila puede no ser cierta, pero logra a expresar perfectamente las aficiones de las mujeres en una sociedad en la que eran - y todavía son - ciudadanos de segunda. El mismo extraño mundo en el que uno disfruta de su vida puede ser el infierno de orto, pero esto no siempre es fácil de entender si no sabemos como escuchar. La empatía, la solidaridad y la compasión son claves en este proceso, y para activarlas y desarrollarlas a menudo necesitamos buenas historias, como la de Elif.